Cuentos

Ella Está esperando nada

Cuando se dio cuenta de que la naturaleza de un hombre cualquiera saciaría su deseo, sintió compasión. Extraña compasión, que se dirigía a quien fuera que fuese el escogido. Ya que competía al hombre sucumbir ante las propuestas, sin derecho a rechazarlas. Desde ese día y hasta siempre, se decretó condenada a hacerlo una y otra vez, por eso desde aquella rojiza madrugada sale una vez por semana a su eterna búsqueda de la nada. Hoy es uno de esos días; hoy es día de llegada de la lancha y una vez más se ha despertado con la sensación de que todo sigue y deberá seguir igual. Todavía se siente y se sabe bella, deseada, irresistible pero cada vez le ve menos sentido a eso. Como siempre, se ha puesto el vestido rojo de las pasiones de sólo carne; por el amor no se preocupa, hace mucho tiempo que se fue y hace mucho tiempo que ya no lo espera. En el puerto no hay más que unas cuantas embarcaciones abandonadas y los cuerpos casi inertes de otras mujeres que también esperan que las lanchas lleguen y que inunden el malecón con los turistas de pieles blancas y olores rancios; hombres que le den un poco de sentido a su existencia y algo de recursos a cambio de un sexo exótico, al calor amargo del “arrechón” destilado en los solares del pequeño pueblo a la orilla del gran río. No hay viento, las aguas turbias del Tapaje parecen suspendidas en el tiempo y el olor a la pólvora de las últimas balaceras de los camuflados que se pelean el poder, ya casi no se percibe.
El sonido de la lancha quiebra la mañana. Viene repleta y todos, menos el lanchero, tienen el color de piel de los que no son de allí. Las otras mujeres se han adelantado y se han hecho tan cerca que las ondas del río revolcado por el motor, les moja sus pies. Ella no se ha movido. Su abuela le enseñó que a quien le van a dar, le guardan. Confía en su olor a mujer madura, en su piel brillante y en las exquisitas formas que desbordan el tejido rojo y pequeño que la medio cubre. Los hombres han bajado en busca del hotel que les prometieron desde Tumaco; todos han tenido que mirarla. Un hombre que parece tener poder sobre los otros, se ha separado del grupo. Nadie lo ha seguido. Los demás la han considerado demasiado y se han resignado a las otras mujeres. Ella, simplemente ha dado la vuelta y se ha llevado su universo balanceado y cadencioso hasta el final del pequeño puerto. El hombre la sigue. El negocio está planteado.
Las calles de casas de madera y de colores grises, los han visto caminar guardando la distancia, como desconocidos, como si ninguno supiera que el otro existe. Se han alcanzado por fin en el último extremo del sendero central del pueblito donde no hay más que una casa, un puerto derruido y un río que sigue muerto; aun no hay viento. La pareja se ha abrazado y se ha fundido en un beso extraño como de años de espera y de amor represado. El ha querido hablar pero ella lo ha vuelto a besar. La casa vieja los recibe y los ve caer atrapados por las redes de pesca viejas que hace años no se usan pero que conservan el olor de los meros y las cachamas. Ha sido un sexo largo, húmedo, sin palabras; sólo quejas del dolor que no duele sino que gusta; besos que no paran y aromas de adentro y de afuera que se mezclan mientras enloquecen más los sentidos; aguas pegajosas que resbalan por los cuerpos y luego sólo quietud y un silencio bonito que permite escuchar un río que apenas despierta.
La hamaca que cuelga del pórtico que aunque viejo, aún resiste su peso, la ha visto llegar y la ha recibido desnuda y más pesada que antes. Ahora tiene encima suyo sus pesares y el dolor que el hombre comienza a sentir por su futura ausencia. Lo ha sentido cerca, todavía está desnudo pero ahora se ve y se siente enamorado. Le ha acariciado su cabellera y ella no ha tenido que hacer mucho esfuerzo para mostrarse fría, indiferente, ausente. El hombre que ahora calla con el convencimiento de que de nada sirve hablar, se ha alejado para vestirse. La vergüenza comienza a invadir su cuerpo y el amor por la mujer lo empieza a ahogar.
El sonido de salida de la sirena de la lancha, ha retumbado en la distancia. Ella se ha volteado y lo ha mirado con la misma compasión que ya no se irá de su cara hasta mucho después.
-      Si se apura, alcanzará la lancha de regreso, si la deja ir tendrá que esperar otros dos días en este infierno; no se lo recomiendo.
No ha habido más palabras. El hombre ha tomado su ropa y su maleta que no se abrirá mientras esté ahí y se ha perdido en la distancia. Ahora todo tiene sentido y a la vez no lo tiene. No hay miradas de adiós ni expresión alguna de agradecimiento o de rabia. El negocio está cerrado.
El viento ha empezado a llegar y el agua del Tapaje comienza a moverse con lentitud a fuerza de la lancha que se llena con los que se van porque quieren o porque esta tierra ya no los quiere más. Ella, aún desnuda, ha tomado su traje rojo y lo ha llevado hasta las aguas del río. Un jabón de tierra que lo cubre todo y un movimiento repetitivo y violento, han quitado cualquier vestigio de lo que acabó de pasar. Una cuerda ha recibido el trajecito empapado a la espera de que la gravedad y el viento que en algún momento tendrá que llegar, lo sequen. Ahí se quedará hasta que vuelva a ser tiempo. Justo cuando la soledad pique tanto que duela y cuando el deseo coincida con el día en que la lancha llega.
 
Julio, 2009.